Por Oscar Miguel Rivera Hernández
¡Hola a todos! Hoy les traigo una reflexión que puede tomarse como análisis, impresión o incluso crítica, según su perspectiva. En esta ocasión hablamos sobre la reelección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, la cual marca un capítulo preocupante para la estabilidad global.
Su retorno a la Casa Blanca, tras un mandato marcado por políticas divisivas y un desprecio por los acuerdos internacionales, plantea desafíos monumentales. Apenas unas horas después de su segunda toma de posesión, Trump dejó claro que su agenda será una intensificación de las prácticas que caracterizaron su mandato anterior: el retiro del Acuerdo de París, la difusión de información falsa sobre el control chino del Canal de Panamá, el endurecimiento de medidas contra migrantes y la declaración de los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas.
El abandono del Acuerdo de París simboliza la negación de la ciencia climática y la indiferencia hacia el bienestar global, el cual se encuentra afectado por desastres naturales cada vez más grandes, priorizar los intereses de las industrias contaminantes es una muestra de irresponsabilidad, poniendo en peligro, no solo a Estados Unidos, sino todo esfuerzo que se ha realizado para aminorar los problemas del cambio climático, que afectan especialmente a las naciones más vulnerables.
Además, Trump ha revivido su táctica de fabricar enemigos para justificar sus acciones. Acusaciones infundadas, como su afirmación de que China controla el Canal de Panamá, no solo son desmentidas por expertos, sino que exacerban tensiones internacionales y minan la confianza en las instituciones democráticas. Este tipo de retórica peligrosa tiene el potencial de desatar conflictos internacionales con consecuencias catastróficas.
El trato hacia los migrantes sigue siendo una piedra angular de su política divisoria. Las medidas draconianas como la construcción de muros y la separación de familias perpetúan una narrativa xenófoba que divide a las sociedades. En lugar de abordar las causas de la migración, estas políticas alimentan el odio y agravan los problemas, ignorando los principios básicos de derechos humanos y justicia social.
Un aspecto alarmante de su discurso de toma de posesión fue su declaración sobre un atentado sufrido durante su campaña, insinuando que su supervivencia tenía un propósito divino. Estas afirmaciones egocéntricas refuerzan una narrativa en la que se posiciona como un salvador único, una estrategia que fomenta el culto a la personalidad y distrae de los problemas reales que enfrenta su nación y el mundo.
Frente a este panorama, el liderazgo de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, contrasta radicalmente con la postura de Trump. En una enérgica respuesta, Sheinbaum condenó sus medidas como “inaceptables e inhumanas”, reafirmando su compromiso con los derechos humanos y la cooperación internacional. Su enfoque, basado en la solidaridad y el respeto mutuo, subraya la necesidad de enfrentar desafíos globales con valentía y unidad, dejando en claro que el aislamiento no es la respuesta.
La declaración de Trump sobre los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas es otro tema preocupante. Aunque el narcotráfico es un problema serio, esta medida parece más populista que efectiva. Justificar posibles intervenciones militares en territorio mexicano no solo viola la soberanía nacional, sino que también podría desatar un aumento de violencia. Además, esta postura ignora los factores estructurales que alimentan el narcotráfico, como la demanda en Estados Unidos y la corrupción transnacional.
En este sentido, el regreso de Trump no solo representa un desafío para México y Estados Unidos, sino para el mundo entero. Su desprecio por la cooperación internacional y su enfoque unilateral debilitan los lazos entre naciones en un momento en que el mundo necesita más que nunca un esfuerzo conjunto.
Es hora de que los países del mundo, se unan para contrarrestar las políticas de división y odio. El liderazgo de figuras como Claudia Sheinbaum muestra que otro camino es posible: un mundo basado en la cooperación, la justicia social y la sostenibilidad ambiental. En sus propias palabras: “El futuro de la humanidad depende de nuestra capacidad para trabajar juntos y enfrentar los desafíos con valentía y solidaridad”.