Por Gustavo González Godina
Aclarado el estado de salud física del presidente López Obrador, quien salió a decir en un video que tiene covit pero que está bien de salut, a echarles bronca a periodistas e intelectuales que ya lo daban por muerto -dijo-, y a desmentir a su vocero Jesús Ramírez Cuevas quien aseguró que no se había enfermado de nada, y a su secretario de Gobernación Adán Augusto López (mienten como respiran) quien negó que hubiera tenido un desvanecimiento en Yucatán, “me quedé como dormido -dijo AMLO- fue un” vágido” (quiso decir un vahído); aclarado el asunto pues, vamos a ocuparnos de su salud mental y emocional, cediéndole el espacio de esta columna a un documentado análisis psico-clínico sobre sus problemas mentales y las consecuencias para su salud personal y para México, mismo que escribió León Alaztray y que dice lo siguiente:
“No es ninguna fantasía hablar del deterioro físico ya muy evidente de López Obrador en los últimos años. El ambiente político y las redes sociales se cargan de teorías sobre su salud corporal. Sin embargo, sólo como ejemplo, a muchos les sorprende saber un simple dato: ¡Es un hombre de apenas 69 años de edad!
Lo importante para abordar el tema, que ciertamente es del interés de la nación, es poseer instrumentos clínico-científicos que permitan un diagnóstico confiable para evitar manejarnos con opiniones demasiado personales, subjetivismo y especulación para, primero, hablar con base en alguna herramienta de evaluación seria y reconocida por la Psicología Científica y, segundo, que esa herramienta esté al alcance de todos, el sistema, los datos, y que se pueda hacer sin demasiada jerga médica ni esoterismo reservado a un reducido grupo de psico-analistas o psiquiatras.
Para analizar la salud mental de AMLO fundamentamos este estudio en un sistema de análisis de la personalidad e inteligencia emocional que permite dejar de lado las opiniones sesgadas, para ser más objetivos al introducirnos a la salud mental de López Obrador desde la psiquiatría y la psicología. El sistema se llama Eneagrama y se aplica para el mayor conocimiento psicológico de los más profundos resortes emocionales, hoy por hoy usado por corporativos globales como Disney, Sony, HP y, por otro lado (y con otros fines) por la CIA, el FBI, la National Security Agency y otros servicios de seguridad de los EE.UU.
Diagnóstico de salud mental y consecuencias psiquiátricas
El diagnóstico de su comportamiento corresponde a los desórdenes de personalidad de López Obrador, que giran alrededor de 3 patologías: Megalomanía, paranoia y trastorno de personalidad narcisista.
En el sistema del Eneagrama se ubican 9 niveles de nuestro equilibrio mental y emocional. Por decisiones propias, con base en nuestro nivel de inteligencia emocional en la vida, nos movemos hacia arriba o hacia abajo, hacia la integración o hacia la desintegración, dependiendo de nuestra madurez para manejar los retos y los niveles de estrés y ansiedad.
López Obrador estaría técnicamente en los niveles medios bajos del sistema (del 6 al 9) que corresponden a vivir con temor a no contar con el apoyo de los demás, y a perder así el control de la situación. Apremia a sus colaboradores a hacer lo que él desea y frecuentemente tiene mal humor, es muy exigente, pero él no acepta obligaciones ni limitantes (ha militado en varios partidos políticos), no aplican en su persona los deberes ni del cargo de presidente ni de la Constitución (no canta el Himno Nacional, no saluda a la Bandera, cambió el basamento legal del FCE para imponer a Paco Ignacio Taibo II en el puesto, en la práctica tiene amenazado el principio de no reelección…). En su tiempo, Enrique VIII, Rey de Inglaterra, no aceptó las restricciones de la Iglesia Católica sobre su solicitud de divorcio con Catalina de Aragón, su primera esposa, y entonces proscribió el catolicismo en su territorio, para inventarse su propia versión del cristianismo: El anglicanismo con Él a la cabeza.
AMLO sufre de paranoia, gracias al mal manejo emocional de su EGO desde hace más de 2 décadas (tiempo en que se ha podido documentar su comportamiento y degradación paulatina), manifestado claramente en su delirio de persecución (todo es un “compló”, la mafia del poder…) y una sobrevaloración de su rol político (Él como eje y creador de la 4T, sus reclamos de perdón a España, al Vaticano…).
En su mentalidad está constantemente presente un temor a ser traicionado. Tiene muchas dudas de su confianza en otros y por eso prefiere tener como colaboradores a gente con bajo perfil, pero leales a Él. Sabedor de las deficiencias en su preparación escolar, está constantemente a la defensiva con la comunidad académica; por eso creó sus propias “universidades”. Se siente profundamente resentido con el gremio empresarial, con el que debía jugar en equipo como su gran aliado para la creación de riqueza, pero no entiende de macro-economía y en sus adentros cree que el poder económico puede socavar su poder político.
Este padecimiento mental, propio de la personalidad tipo 8, queda retratado en la anécdota histórica que describe esta misma tendencia paranoica de Josef Stalin, quien teniendo decenas de habitaciones en el Kremlin, durante su tiranía en la URSS nadie sabía en cuál de ellas dormiría, ni siquiera su esposa.
En su enfermedad de poder y su miedo a las reacciones del “enemigo”, López Obrador prefiere no dar tregua y estar constantemente a la ofensiva, antes de darle tiempo a sus detractores. Esto ha degenerado en trastorno de personalidad antisocial, contra a la imagen paternalista que quiere proyectar de preocupación por reivindicar al “pueblo noble y sabio”, al que inconscientemente ve como un conjunto despersonalizado, como una masa, evidenciado en su resbalón mental al declarar que son “como animalitos”.
Fidel Castro es otro ejemplo del mismo tipo de personalidad y de este trastorno. En la crisis de los misiles entre EE.UU. y la URSS, en octubre de 1962, estuvo a punto de llevar al mundo a la guerra nuclear y, cuando se resolvió el conflicto entre Kennedy y Khrushchev, estalló en cólera contra los propios soviéticos por no terminar de instalar los misiles en territorio de Cuba.
Por otro lado, la megalomanía de López Obrador se manifiesta en sus delirios de poder y un trastorno de personalidad narcisista (él encabeza religiosamente cada mañana un ritual de predicación moral). Esto se resume en su incesante deseo de controlarlo todo y protagonizar, además de sentirse protegido por una especie de fuerza sobrenatural, como si él fuera indestructible (se aplica frente a toda la nación “limpias” chamánicas, asiste a mítines y viaja por aerolíneas comerciales con un equipo y sistemas de seguridad que distan mucho de corresponder a los de un presidente en funciones).
Él debe sugerirlo todo, decidirlo todo y a él directamente se le reporta todo, lo cual obviamente ha significado un gran desgaste para su salud física. Ya Ricardo Salinas Pliego, empresario muy cercano a López Obrador, declaraba hace poco que “López Obrador no sabe delegar”.
La megalomanía de una persona Eneatipo 8, se desarrolla como una forma de compensación defensiva desde la infancia, con la percepción de una gran carencia de la figura masculina fuerte en el hogar, especialmente con ambivalencia en su identificación con la madre, quien a veces aparece como una figura confiable y en otros episodios desconfiable.
Sus desequilibrios emocionales ya le están cobrando factura a su salud física. Los problemas de corazón de López Obrador inevitablemente salieron a la luz pública previo a la campaña electoral. Sus pausas al hablar, otrora característica pintoresca de su oratoria, hoy evidencian fatiga mental y una cada vez más dramática falta de ilación en sus respuestas.
Más allá de cómo podría terminar físicamente López Obrador en un corto o mediano plazo, los destinos del país están siendo dirigidos por una persona con una salud mental deteriorada y todo indica que serán cada vez más evidentes sus efectos.
Lo verdaderamente aterrador es ubicar a alguien con tamaños problemas emocionales al mando de México y de los ciudadanos de a pie sin tener posibilidades de evitarlo, equilibrar o contrapesar su poder, una vez que su estilo personal de gobernar es autoritario y la mayoría en la Cámara de Diputados y en el Senado están en manos del partido de su personalísima creación: Morena.
Después queda especular sobre las posibilidades de su sucesión si, como parece, su salud mental y la somatización de sus males le permitirían sólo terminar su sexenio (si es que lo termina), irónicamente con delirios de grandeza suficientes como para aspirar a perpetuarse en el poder, muy al estilo de Hugo Chávez, a quien, por cierto, su salud emocional le cobró la factura”.