Por Christian Villalobos
Imaginen por un momento que un abyecto presidente aspiracionista nos gobernara, de esos que buscan que su país crezca al precio que sea, que sea egoísta y se preocupe solo por su país, que incentive el mérito y desprecie al que quiera vivir con la mano estirada, qué sería de nosotros con un presidente ambicioso que quiera estar dentro de los mejores y no entre los peores. Qué vergüenza ante el (tercer) mundo que tuviéramos un presidente que premie el esfuerzo y no a quien incentive a la mediocridad.
Aunado a lo anterior, podríamos fantasear con un congreso en cuyas cámaras existieran legisladores profesionales, comprometidos con el marco legal y el estado de derecho, con debates profundos y de trascendencia, movidos por un verdadero sentido patriota.
Siguiendo con la fantasía de un mundo utópico, soñemos con un poder judicial respetuoso de la ley, con un gran sentido del deber y la justicia, con personal incorruptible, imparcial, dignos de confianza y reconociendo.
¿Suena increíble verdad?, en especial cuando nos damos cuenta que nuestro presidente es un mediocre que favorece el conformismo, un populista que no busca trascender, mientras que en el congreso del estado se agarran a fregadazos por cosas tan sencillas, bajas, sin importancia que nada abonan al bien común y que solo denigran la cámara de representantes, por otro lado, ya a nadie le sorprende ver los actos de corrupción en el poder judicial, nuestra realidad es aplastante, pero solo por un momento volteemos a ver nuestra casa, nuestros trabajos y nuestros amigos, para preguntarnos ¿en qué medida yo contribuyo a esta realidad?