Por Gonzalo “Chalo” de la Torre Hernández
¡La bolsa o la vida!, decían y siguen diciendo muchos malandrines, delincuentes, asaltantes, hijos de su p…m… o hijos de la chingada (ah, cómo tiene hijos esa señora tan prolífica) que quieren vivir a toda madre a costa del sudor ajeno, no del propio; digo, qué onda?
Méndiga frustración te causa chingarle de 48 a 60 horas a la semana para obtener ingresos de menos de 2,000, que no alcanzan ni para aspirar siquiera a soñar que vas a vivir decorosamente con esa explotación laboral; ¿cómo es que a los dueños de esos llamados mini súper o supermercados no se les ha ocurrido entre sus, digamos prestaciones al cliente, un aviso muy visible y muy entendible, que le indique algo más o menos así: Bienvenido a la casa de los espantos, los precios están por las nubes, pero en compensación puede usted, si siente alguna arritmia causada por la inevitable presión de tener que pagar a como le cobren lo que ya va en su carrito, solicite gratuitamente unas pastillitas para los nervios, cortesía de su empresa favorita; ya sean los un chingo de hermanos, La Liebre, el Jigo, el súper Standa o Aurrera, o Walmart o cualquiera de las compañías que le ofrecen, casi siempre, sin cumplir, precios bajos, aunque el bolsillo lo niegue; aunque parezca repetitivo, pero muuuy repetitivo, los precios crecen sin control, pero los ingresos del proletariado no, qué curioso ¿verdad?
Pero, antaño era común llamarles talegas a las bolsas de los avíos, en especial a esos avíos llamados valores, intercambiables por cosas de consumo común, o sea, comida, bebida y uno que otro gustito que con dinero se compra; bueno, mientras no sean esas talegas de que habla el ánima de Sayula, todo está bien. Les invito a esas personas que tienen una cierta picardía, lean ese texto de rima imperfecta y simetría aún más imperfecta, pero con una perfecta intención de zaherir; esa rivalidad entre pueblos, tiene su talento y esa alegría mexicana de agredir verbalmente, sin dañar, pero alegrando el famoso albur…
Pero, para no meternos en honduras, regresemos a algo más tangible: Las bolsas de… hule, plástico, poliuretano ¿o de qué son?, bueno, de ésas que en el recuerdo daban en los negocios para llevar su mandado. De repente y como consecuencia de activistas mediáticos surge la idea y de inmediato la ponen en práctica, de ya no dar bolsas, para que los clientes adquieran esas bolsas ecológicas que se vuelven gran negocio, pues las venden, en aras de la ecología, que no de la economía popular, en tan solo diez pesitos; ¡una ganga! pinches bolsas, yo creo que no les cuesta ni un peso; son una combinación de unos pocos poliuretanos con un chingo de burbujas de aire; además no les puedes cargar varios kilos, pues los soportes se rompen: más que ecología, es economía… a los negocios les interesan las utilidades económicas, no el bienestar ecológico. Lo que quieren es que de donde andes y a donde vayas lleves cargando tu pinche bolsa “ecológica”, que de eso no tiene nada, pues es material plástico… no biodegradable, pero el negocio exige esa publicidad, dolosa pero muy rentable: viva la ecología.
Veamos: ésas llamadas tiendas de conveniencia (creo que sólo les conviene a ellos), antes de la muy tristemente célebre pandemia, vendían eso perros calientes, que en inglés, creo, se dice hot dogs y que en esas tiendas que en su nombre llevan dos letras equis les llaman “Vikingos”, no sé si sea porque las salchichas parezcan cuernos o no sé, pero el caso es que nunca ponen a disposición del cliente una cantidad de cloruro de sodio (o sea, sal) disponible para satisfacer el gusto del consumidor, para deleite de su propio paladar, con el pretexto de cuidar la salud pública, disminuyendo a fortiori el consumo de sal, simplemente porque no la dan. O sea, a huevo no consumes sal, pues no te dan.
Pero (dijo Piporro: ahí fue donde estuvo el pero… dije pero), sucede que cuando entro a alguna de esas tiendas, miro, veo y no lo creo; cientos de productos que tienen exceso de sal, envasados en bolsas de material no biodegradable, un número altísimo de envases plásticos para bebidas, que, aparte de caros son altamente contaminantes y prácticamente eternos, pero, como nos da hueva llevar un envase de vidrio retornable, sacrificamos nuestro propio presupuesto, reduciendo nuestro poder adquisitivo y aumentado proporcionalmente la contaminación, de la que nosotros mismos protestamos, pero que la promovemos y proporcionamos comprando bebidas en envases plásticos. ¿Habrá una mayor perogrullada que eso?, yo nomás pregunto.
Las bolsas se volvieron negocio. En esas tiendas no las dan, pero por un módico precio te venden una, mandando a la chingada la ecología, pero dando la bienvenida a la economía.
O sea, por un desprendimiento razonable de tu erario personal (muy escaso, por cierto), puedes no batallar y llevarte cuantas bolsas desees para llegar a tu casa con los dedos marcados, pero no vas haciendo malabares con los productos que hayas comprado, sean de productos básicos indispensables o no. Entonces, podemos concluir que se reafirma ese refrán centenario de que “poderoso caballero es don dinero”. Es decir: por una corta feria podemos seguir contaminando.
Mejor que esos genios de la química sencillamente inventen envases biodegradables y todos contentos, digo.