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Opinión

Democracia y libertad

SUMARIO

Por Gustavo González Godina

Hace cien años, en 1923 gobernaba en México un presidente socialista, enemigo de la iglesia católica, que pretendió poner en práctica el espíritu antirreligioso de la Constitución de 1917. Fue el general Álvaro Obregón, que sin embargo no combatió decididamente a la Iglesia, pero fue el primero de un grupo de jefes revolucionarios que llegaron al poder con esa intención; le siguió otro general, sonorense también, éste sí más perro, Plutarco Elías Calles que promulgó una ley antirreligiosa que dio origen a que se alzaran en armas algunos grupos de católicos, en una rebelión que comenzó en Jalisco y que pronto se extendió por todo el territorio nacional y que se conoce en la historia como la Revolución Cristera o La Cristiada.

Se calcula que participaron alrededor de 50 mil hombres (y mujeres que les preparaban comida y les servían como correos para transportar armas y municiones), muchos de los cuales murieron y mataron a soldados federales que mandaron a combatirlos. Hubo batallas memorables como la de Tepatitlán en el centro de la ciudad, de la que se dice que la sangre de los muertos y heridos corría por las calles hasta llegar al río. Tepatitlán y la región de Los Altos de Jalisco (Acatic, San Miguel el Alto, San Julián, San Diego…) fueron la cuna de La Cristiada, especialmente la primera ciudad mencionada, de la que era originario el licenciado Anacleto González Flores, quien fue considerado el ideólogo de los cristeros.

Los combates, que se extendieron a los estados de Guanajuato, Michoacán, Colima, Querétaro, Durango, San Luis Potosí y aún más lejos como Chihuahua y Veracruz, se prolongaron por tres años, de 1926 a 1929, y hubieran durado más si no hubiera sido porque Álvaro Obregón, decidido a reelegirse después de Calles y a exterminar, ahora sí, a los cristeros y a borrar a Dios de la mente de los mexicanos, fue asesinado (después de ganar las elecciones y su reelección) el 17 de julio de 1928 por un católico llamado José de León Toral, que bajo la influencia de una religiosa llamada la Madre Conchita, se convenció de que no había más remedio que darle muerte al General y le metió seis balazos mientras comía en un restaurante de la ciudad de México.

También se habló de una conspiración en la que habrían participado grupos anti reeleccionistas encabezados por el presidente Calles y por su secretario de Industria y Comercio Luis N. Morones, líder obrero, asegurándose que el cadáver de Obregón tenía muchos impactos de bala de diferentes armas, además de los que le disparó José de León Toral, que fue fusilado por este motivo. Pero oficialmente la muerte del Manco de Celaya (apodo que se ganó porque en un combate contra Francisco Villa en esa ciudad de Guanajuato perdió el brazo derecho), tuvo su origen en algunos grupos religiosos en plena Revolución Cristera.

Los problemas entre la iglesia católica y el gobierno mexicano continuaron durante el período llamado El Maximato, que abarcó los gobiernos de Plutarco Elías Calles (1924/1928), Emilio Portes Gil (1928/1930), Pascual Ortiz Rubio (1930/1932) y Abelardo L. Rodríguez (1932/1934), hasta que llegó a la Presidencia el general Lázaro Cárdenas, más moderado que los anteriores, quien gobernó de 1934 a 1940, pero el conflicto armado había terminado desde 1939 durante el gobierno provisional de Emilio Portes Gil. Se le llamó El Maximato a este periodo porque los presidentes Portes Gil, Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez eran simplemente títeres de Plutarco Elías Calles que era el que mandaba, hasta que llegó Lázaro Cárdenas a la Presidencia y lo mandó al carajo expulsándolo del país. Las diferencias terminaron definitivamente durante el gobierno del general Manuel Ávila Camacho, quien declaró públicamente que Él era creyente.

Vino a mi mente este pedacito de la historia nacional, porque en ese tiempo, cuando varios presidentes de México emanados de la Revolución Mexicana, empezando por Venustiano Carranza y el Constituyente de Querétaro, quisieron erradicar a Dios de la mente de los mexicanos (influidos por las logias masónica que ya funcionaban en el país desde los tiempos de la Independencia y que tuvieron su auge durante el gobierno de Juárez); la iglesia católica se opuso con todo, cerrando los templos, suspendiendo el culto y promoviendo así que muchos fieles defendieran a su religión y su libertad con las armas e incluso con sus vidas.

Y si en ese tiempo se trataba sólo de su religión, resulta que casi cien años después se da otro intento de imponer en México un régimen socialista (ya hubo otro hace 55 años, que frenó Gustavo Díaz Ordaz el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco), ahora por parte de quien llegó al poder con un gran apoyo popular, con alrededor de 30 millones de votos de mexicanos que fueron vilmente engañados por Andrés Manuel López Obrador, quien viendo que un sexenio no le alcanzará (ni lo ha intentado siquiera) para acabar con la corrupción y transformar al país, y previendo que su partido Morena podría perder la próximo elección presidencial con la judía Claudia Sheinbaum como candidata, intentó ya reformar la Constitución para destruir al INE, el árbitro electoral, y que sea su gobierno el que controle las elecciones como antes.

No pudo, no tiene la mayoría calificada en la Cámara de Diputados (las dos terceras partes de los votos) porque se la quitamos en las elecciones federales de 2021; y se inventó un Plan B para reformar leyes electorales secundarias cuya aprobación no requiere de mayoría calificada. Ya las aprobaron los diputados, las van a aprobar los senadores donde tiene Morena mayoría simple, pero son inconstitucionales. Tendrá que ser la Suprema Corte de Justicia de la Nación la que decida.

Ya la Sociedad Civil le dio una muestra a AMLO de su inconformidad, llenando las calles de las ciudades mexicana el 13 de noviembre, pero no se da por vencido. Nosotros tampoco, vamos por una concentración mayor el 26 de febrero, el domingo de la próxima semana, para defender al Instituto Nacional Electoral, a nuestra democracia y nuestra libertad. Si los cristeros defendieron con las armas y hasta con su vida la libertad religiosa, nosotros defenderemos con nuestra presencia la democracia y la libertad de expresión, de religión y de elección. Domingo 26 de febrero a las 11:00 en la Plaza de la Liberación de Guadalajara. Los alteños ya demostraron una vez su valor, su patriotismo y su fe, seguro estoy de que lo volverán a hacer. Allá nos vemos,

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