Le cuento. Tenía yo un amigo rico. Bueno, relativamente rico, tenía una gasolinera, un hotel, un rancho con ganado… dinero no le faltaba pues. Seguido íbamos a su casa mi esposa y yo, más mi esposa que yo, porque le comprábamos leche de sus vacas para nuestros hijos que estaban chicos, era una casa que tenía entrada por dos calles diferentes, por la Hidalgo que era la principal, y por la Guerrero que era paralela a Hidalgo y quedaba en la parte de atrás.
Por supuesto que no teníamos que tocar para entrar porque éramos conocidos de la familia, y más que conocidos yo era amigo de don Jesús y mi esposa de su mujer doña Mariquita, que era la que nos vendía la leche. Varias de las veces que fui lo encontraba yo nadando en una piscina de regular tamaño que tenía en la parte de atrás de su casa, a la que siempre me invitaba a que lo acompañara a nadar, pero yo solo me quedaba fuera de la alberca platicando y bebiendo alguna cerveza bien fría o un vodka Wyvorowa con agua quina o un tequila, porque bebidas nunca faltaban en esa casa.
Pero tanto me insistió, que en un par de ocasiones me llevé mi traje de baño y me metí a nadar para sentirme menos pobre y si era posible hasta rico, relativamente rico pues, porque tuve otros dos amigos verdaderamente ricos, uno antes y otro después de don Jesús, aquél de apellido Leaño en Guadalajara, y éste de apellido Chedraui en Xalapa, que tampoco eran asquerosamente ricos como los dueños del mundo: Gates, Soros, Rockefeller y Rothschild, pero sí tenían un montón de dinero, lo tienen, porque estos dos aún no se mueren.
A donde sí acompañé varias a mi amigo don Jesús fue al rancho que tenía, más o menos grande y por el que pasaba un arroyo que siempre llevaba agua, en el cual mi amigo hizo (mandó hacer se entiende) una represa en forma, con un pequeño malecón a la orilla, en el que a la sombra de frondosos árboles nos poníamos a pescar Don Chucho y yo (así le decíamos sus amigos, que no éramos muchos porque no era muy amiguero el viejo).
Me gustaba ir al rancho porque había muchos árboles, especialmente de mango de diferentes clases: manila, criollo, chongolongo, pájaro, etc. y demás árboles de la región, incluyendo un árbol de resistol, cuya fruta, una bola parecida a las jícaras, la partía uno en dos y tenía dentro auténticamente resistol, un pegamento blanco tan fuerte que se usaba para pegar madera como si fuera el industrial que todos conocemos. También había un árbol del pan, cuyo fruto era algo muy parecido a una pieza de pan, que si lo ponía uno a cocer en el comal se convertía en una cema que se podía comer.
Bueno pues ese hombre relativamente rico, que era de Tototlán, Jalisco pero que hizo su vida y su dinero en Acayucan, Veracruz a la sombra de un general que se llamaba Celso Vázquez, que había sido, digamos… abre puertas del presidente Miguel Alemán Valdés, se llamaba don Jesús Velázquez Salazar y prácticamente salió huyendo de Acayucan por temor a una banda de criminales narcotraficantes y asesinos a los que últimamente les había dado por dedicarse también al secuestro de personas adineradas. Cuando mi amigo se enteró de que habían secuestrado ya a dos conocidos suyos, dijo ¡patas! y se fue a vivir a Boca del Río, donde se compró una casa enorme frente a la playa. Todavía lo visité ahí en dos o tres ocasiones.
Tiempo después (y aquí viene el porqué del título de este comentario), trabajando yo como corresponsal del periódico Ocho Columnas en Tepatitlán, con oficinas en un tercer piso de un edificio del centro de la ciudad frente al Mercado Centenario, un día de repente y sin anunciarse entró a mi oficina un hombre de unos 35 años que me dijo:
– ¡Qué!… ¿no me conoces?
– ¡Cómo no! si eres “el Chango” Velázquez… ¿qué coño andas haciendo por acá?, ¿cómo está tu papa?
– Pos ahistá abajo, que quiere saludarte, pero se quedó en la camioneta porque ya está viejo y le cuesta mucho trabajo subir escaleras, ahistá frente al mercado.
Bajé de prisa y don Chucho Velázquez se bajó de la camioneta nomás para darme un abrazo y platicarme:
– Pues fíjate que compré un rancho aquí por Cuquío, que tiene una buena charca (un bordo) con bastante agua, pero yo necesito sacarla para regar algún cultivo, y se me ocurrió que lo más fácil es hacerlo con un papalote, con una noria, de esas que tienen unas aspas que giran ¿me entiendes?
– Sí cómo no -le dije- ¿y cuál es su problema?
– Pues… me preguntaba si no conocerás tú a alguien por acá que se dedique a fabricar esas cosas…
Le contesté que no conocía yo al que los fabricaba, pero que sí sabía dónde los hacían. Si quiere lo llevo. “¡Ándale!, súbete y vamos si tienes tiempo ahorita” me dijo. Y ahi vamos, lo llevé allá por la López Mateos, casi a la salida de Tepatitlán, llegamos, se bajó, se arreglaron y regresamos al centro de la ciudad para dejarme donde me había recogido. Se fueron para Cuquío mi amigo, su esposa, su hijo y una mujer que los acompañaba.
A los pocos días me habló don Jesús para decirme: “Oye, cuánta razón tienen cuando dicen que más vale tener amigos que dinero, a donde me llevaste me hicieron el papalote tal como yo lo quería, rápido y bien barato, te debo otra”. Pues sí Don Chucho, pero es mejor aún tener amigos con dinero. Es un decir, yo nunca necesité de Él, y Él sí se fue debiéndome varios favores, que le hice sin esperar nunca que me los pagara, por supuesto.
Dios me los ha pagado. Tengo tantos amigos, que hace unos días publiqué en FB un post que decía: “En la sala de espera de un hospital… Segunda operación de mi hija en dos meses. Quiere uno aparentar fortaleza pero es difícil…” y en la siguientes horas me empezaron a llegar en cascada mensajes de aliento y solidaridad, ofreciendo todos pedirle a Dios por la salud de mi hija Gabriela. Una amiga incluso me dijo que le enviara un número de cuenta para depositarme algún dinero por si me hacía falta. No fue necesario. Pero me dio tanto gusto comprobar que todos creen y confían en Dios, que me provocó un gran sentimiento su solidaridad.
Traté de contestarles a todos para darles las gracias personalmente, pero no pude, como traigo el brazo derecho fracturado y enyesado, me cuesta mucho trabajo escribir, la mano izquierda casi no me sirve para nada, no está acostumbrada a servir. Lo hago por este medio, les agradezco profundamente a todos y les aseguro que Dios se los tendrá en cuenta. Mi hija salió relativamente bien de la operación, con una complicación posterior a causa de la anestesia -que la hizo regresar al hospital- y que ya está superando poco a poco en su casa. Gracias a todos, Dios lo regresa al ciento por uno. Me consta.