Cuando tenía 3 o 4 años, mamá debió ir al centro del pueblo a comprar unos avíos.
Nos dejó solos en casa.
De poco sirvió su explicación de que volvería pronto, que no fuéramos a apurarnos.
Más tardó en darle vuelta al cerrojo de aquella puerta metálica, que nosotros (mi hermano 1 año mayor y yo), en soltar el llanto.
Le escuché. Entendí lo que me dijo: – “Voy a la plaza. Ahorita regreso, no lloren…”
Pero aun así, solté el llanto.
A esa edad tuve miedo que mamá no regresara. Por eso lloraba.
Miraba a mi hermano y ambos soltábamos semejantes berridos. Asomamos la cabeza por la ventana que daba a la calle. Vimos pasar a mucha gente que azorada nos miraba, pensando que algo nos ocurría.
Una señora detuvo su paso frente a la ventana, nos preguntó por nuestro llanto y con sollozos, explicamos que mamá nos había dejado encerrados en tanto iba por algo a la plaza (al centro del pueblo, pues).
Las explicaciones de aquella extraña sirvieron de poco.
Seguimos llorando.
Como lo prometió, mamá volvió enseguida. Abrió la puerta y corrimos a abrazarle.
Fue la primera vez de la cual tengo memoria de haber llorado por la ausencia de mamá.
Años más tarde, mamá nos dijo que iría a “comprarnos un hermano”.
Así intentaban ocultarnos el embarazo y nacimiento de nuestros hermanos pequeños. Fueron 4 veces. Las mismas que lloramos la ausencia de mamá. Las mismas veces que cumplió su promesa de volver. Y regresó en cada ocasión con un hermano nuevo.
Ya de adolescentes y jóvenes, fueron muchas y muy variadas las ausencias de mamá.
Por enfermedad, alcoholismo de papá, enfermedades o accidentes de los hermanos.
Pero siempre, aún en los hospitales, encontrábamos a mamá.
Ella consolaba mi llanto de niño. Luego aprendí a llorar en silencio su ausencia temporal.
Así, mamá con sus nueve hijos, siempre tuvo alguna razón para estar lejos de casa, por horas o por días, siempre atendiendo enfermedades propias o familiares.
Hoy, si me dispensan ustedes, debo seguir llorando.
Mamá se fue, ya sin promesas de volver. Ya adultos todos. Ya sin malestares, sin enfermedades, sin hospitales, sin doctores.
Mamá fue al encuentro de Papá Diosito, ese que nos prometió Vida Eterna.
Y también a Él le creo. Aunque sigo llorando, sé que Diosito me dejará volver a ver a mamá en algún tiempo, en alguna dimensión, en la eternidad.
En tanto, permítanme Ustedes seguir llorando por mamá, aunque ya no soy un niño, porque ahora se, que ya no regresará.
Miércoles 7 de agosto de 2024