Por Oscar Miguel Rivera Hernández
¡Hola a todos! Hoy les traigo una reflexión que puede tomarse como análisis, impresión o incluso crítica, según su perspectiva. En esta ocasión, expondré las recientes acciones en Sinaloa, encabezadas por el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Omar García Harfuch y su impacto y sobre qué pasaría si se replicara la “Operación Enjambre” en ese estado y en otros, donde la inseguridad ha robado la tranquilidad de los ciudadanos.
Mientras México sangraba, el modelo de combate a la inseguridad bajo las posibilidades de la autoridad durante décadas, pero los pocos esfuerzos que se hacían para combatirla siempre generaron esperanzas, aunque también han generado desconfianza, porque representaba aplicar un “mejoralito” a un problema que exigía acciones decisivas. Pero al parecer, con las recientes acciones en Sinaloa, encabezadas por el propio secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Omar García Harfuch, están poniendo sobre la mesa un modelo de estrategia que podría replicarse en todo el país.
En Sinaloa, un estado históricamente asociado con el narcotráfico, el decomiso de más de una tonelada de fentanilo marca un antecedente importante. Este operativo no solo representa un duro golpe al crimen organizado, sino que también demuestra la voluntad de combatir el problema, algo que durante mucho tiempo se sintió ausente en la política de seguridad a nivel nacional.
La presencia directa de Omar García Harfuch en Sinaloa es significativa. Este tipo de liderazgo, donde la cabeza del operativo está físicamente presente, envía un mensaje claro, que no habrá tolerancia hacia la confabulación de las autoridades con el crimen organizado. Durante años, la inseguridad ha encontrado un aliado silencioso en funcionarios municipales y estatales que, por miedo o conveniencia, han permitido que el crimen prospere.
García Harfuch ha señalado que una de sus prioridades es regenerar las instituciones de seguridad desde abajo, comenzando con las dependencias policiacas y las fiscalías. Esto implica limpiar estructuras corruptas y fortalecer capacidades operativas. Es un objetivo ambicioso, pero necesario si queremos avanzar hacia un México más seguro.
Un ejemplo reciente del impacto de esta estrategia es la llamada “Operación Enjambre”, llevada a cabo hace unas semanas en el Estado de México. Este operativo desmanteló redes de extorsión, secuestro exprés y homicidio, involucrando a funcionarios de municipios como Naucalpan, Ixtapaluca y Coacalco, entre otros.
La eficacia de esta operación me permite hacer una pregunta ¿por qué no replicarla en Sinaloa y en otros estados afectados por la violencia? Más allá del decomiso de drogas, sería una oportunidad para desmantelar redes criminales infiltradas en los gobiernos locales y dar un respiro a la ciudadanía que vive bajo ambientes de inseguridad.
Sinaloa, en particular, representa un reto mayúsculo. Este estado no solo es un centro neurálgico del narcotráfico, sino que también es el escenario de una violencia cada vez más visible y descontrolada. Tras la captura de “El Mayo” Zambada el pasado 25 de julio, el estado se ha sumido en una especie de batalla campal. Ciudades como Culiacán se han convertido en epicentros de enfrentamientos armados, dejando a la población civil en medio del fuego cruzado.
Aunque la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) del INEGI, publicada el 21 de octubre mostró que, en un momento, Sinaloa estaba por debajo de la media nacional en percepción de inseguridad, hoy esa realidad ha cambiado. Con el 58.6 % de la población mayor de 18 años considerándose insegura en su ciudad, queda claro que la ciudadanía está cansada y desesperada por soluciones reales.
Replicar la Operación Enjambre en Sinaloa y otros estados como Chihuahua, Tamaulipas, Guanajuato, Zacatecas, Morelos, podría generar resultados positivos, pero no será una tarea fácil. Estas regiones enfrentan una combinación, entre una geografía que facilita el tráfico de drogas, redes criminales profundamente enraizadas y, en muchos casos, autoridades locales que trabajan en complicidad con el crimen organizado.
Para que este tipo de estrategias funcione a nivel nacional, es indispensable contar con un plan integral que incluya una depuración policial, ya que no se puede combatir al crimen organizado con instituciones corruptas. Se debe realizar una Inversión en tecnología con Drones, cámaras de vigilancia y sistemas de inteligencia artificial pueden marcar una diferencia significativa. También, es importante recuperar la confianza de la población y motivarla a denunciar actividades ilícitas.
La relación entre Omar García Harfuch y los gobernadores deberá ser clave para formar esfuerzos y evitar conflictos.
Aunque estos retos son grandes, los recientes logros del secretario de Seguridad nos dan nuevas esperanzas. Su enfoque, basado en resultados concretos y una depuración institucional, podría sentar las bases para un cambio real en la seguridad del país.
Sin embargo, esto no debe recaer únicamente en la figura de García Harfuch. La seguridad es una tarea que requiere la participación de todos, desde el gobierno federal hasta los ciudadanos.
Aquí, lo interesante sería saber si los estados con mayores incidencias de violencia, estarían dispuestos a entrarle a esta estrategia y si las autoridades locales tendrían el valor de enfrentar a los grupos criminales que han sembrado el miedo por tanto tiempo.
Ojalá la Operación Enjambre, con todas sus sorpresas, pueda ser el primer paso hacia un México más tranquilo y seguro. Por ahora, las acciones en Sinaloa son un recordatorio de que, aunque el camino sea largo, hay esperanza de un cambio real.