¡Hola a todos! Hoy quiero compartir con ustedes una reflexión que puede interpretarse como un análisis, una impresión personal, o incluso una crítica, dependiendo del cristal con el que se mire. En esta ocasión, abordaré un tema que considero relevante y que merece nuestra atención, sobre el discurso del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, en el que hace ver como que su país no requiere de México para su estabilidad económica. ¡Comencemos!
Desde su retórica incendiaria hasta sus amenazas de sanciones comerciales y deportaciones masivas, Donald Trump ha construido un discurso político, donde se vislumbra la poca importancia que le da a México en la economía de Estados Unidos. Sin embargo, detrás de esos berridos se esconde una realidad que ni él ni sus seguidores aceptarán, pero México debe responder con serenidad y estrategia, consciente de las cartas que tiene para negociar.
Como ha demostrado ya el Peterson Institute for International Economics, en su publicación del 13 de noviembre de este año, por Olivier Blanchard, las propuestas de Trump, lejos de beneficiar a Estados Unidos, podrían llevar a su economía a una contracción de entre 2.8 y 9.7 puntos porcentuales, una recesión que incluso podría superar la causada por la pandemia. Estas medidas, acompañadas de un aumento inflacionario de entre 4 y 7 puntos anuales durante los dos primeros años, generarían un panorama económico desastroso. Esto es especialmente relevante si consideramos que una de las bases del voto a favor de Trump fue el descontento con los aumentos de precios en años recientes.
Si Trump realmente deportara a un millón de inmigrantes al año, el impacto sería devastador para la economía estadounidense. Con un empleo total de unos 160 millones de personas, esta política reduciría el empleo en un 0.5% anual, acumulando una caída del 5% al final de su mandato. Esto generaría un aumento en las vacantes de empleo y mantendría altas las tasas de desempleo relativo, creando un desequilibrio entre vacantes y trabajadores desempleados. La escasez de mano de obra calificada y no calificada provocaría presiones inflacionarias sostenidas, obligando a la Reserva Federal a subir las tasas de interés. Este ajuste monetario resultaría en una apreciación del dólar, encareciendo las exportaciones estadounidenses y perjudicando sectores clave como la manufactura y la agricultura, dependientes de la mano de obra migrante. Es decir, Trump estaría sembrando la semilla de su propio fracaso económico.
Contrario a las narrativas de Trump, la relación comercial entre México y Estados Unidos no destruye empleos, sino que los multiplica. Por cada 131 empleos generados en México por empresas estadounidenses, se crean 333 empleos en Estados Unidos, según datos del Wilson Center. Además, la inversión mexicana en Estados Unidos contribuye con la generación de más de 123,000 empleos. Esta interdependencia económica desmiente la visión simplista de que México solo recibe beneficios de la relación bilateral.
Asimismo, los migrantes mexicanos son un motor de productividad para la economía estadounidense. Según el economista Michael Clemens, por cada 10 trabajadores migrantes deportados, se pierden entre 1 y 2 empleos estadounidenses debido a la reducción en los ingresos de las empresas. El impacto de las deportaciones no se limita a los sectores que directamente emplean a migrantes; también afecta a las industrias que dependen de sus contribuciones indirectas, generando un efecto en cadena que desacelera la economía.
Frente a estas amenazas, México no debe reaccionar con pánico, sino con inteligencia y firmeza. Las herramientas diplomáticas tradicionales han perdido eficacia frente al trumpismo, que ha sembrado desconfianza hacia la globalización y hacia México en particular. Por ello, es momento de rediseñar las estrategias de defensa en la arena internacional.
Un camino prometedor es recurrir al sistema judicial estadounidense. Casos recientes como las demandas contra la industria armamentística de Estados Unidos han demostrado que México puede lograr un impacto significativo llevando sus reclamos a los tribunales. Además, es fundamental que México fortalezca su presencia en espacios de influencia como el Wilson Center, The Dialogue y otros centros de pensamiento que, aunque en algún momento respaldaron agendas mexicanas, han perdido conexión con las políticas actuales del país.
Otro frente estratégico sería consolidar un grupo de cabildeo profesional en Estados Unidos. Una organización similar al American Israel Public Affairs Committee podría agrupar a los mexicanos que viven en Estados Unidos y convertirlos en una fuerza de presión bipartidista. Este grupo podría financiar candidatos afines a la agenda mexicana y mantener un diálogo constante con las autoridades estadounidenses, fortaleciendo la interlocución en temas clave. No se trata de intervenir en la política interna de Estados Unidos, sino de influir estratégicamente en decisiones que afectan directamente a México.
La relación entre México y Estados Unidos también puede beneficiarse de una diplomacia más personalizada. Claudia Sheinbaum, presidenta de México, tiene una oportunidad única para posicionarse como una interlocutora fuerte pero pragmática frente a Trump. Como líder con altos niveles de popularidad, Sheinbaum podría aprovechar su imagen para dialogar desde una posición de legitimidad y autoridad, elementos que Trump tiende a respetar en sus contrapartes.
Sin embargo, es muy importante que la presidenta Sheinbaum no caiga en provocaciones ni en un juego de amenazas recíprocas. En lugar de eso, puede utilizar el ego y la necesidad de triunfos mediáticos de Trump a favor de México, ofreciéndole ganancias cosméticas que pueda vender a sus electores como grandes logros. Este enfoque estratégico no solo desactivaría tensiones, sino que también permitiría avanzar en la relación bilateral de manera constructiva.
Donald Trump busca proyectar una imagen de fuerza, pero sus propuestas económicas revelan una profunda desconexión con la realidad. México, lejos de ser el enemigo de Trump, es un aliado económico indispensable para Estados Unidos. En lugar de entrar en un juego de confrontaciones, México debe actuar como el adulto en la habitación, respondiendo con sosiego, inteligencia y estrategias bien pensadas.
La interdependencia entre ambos países es innegable. Las políticas extremas de Trump no solo dañarían a México, sino también a la economía y al tejido social de Estados Unidos. Por ello, es momento de que México tome la iniciativa y utilice sus cartas con audacia y determinación, mostrando que en esta relación no hay un lado débil, sino una fuerza compartida que puede y debe ser cultivada en beneficio mutuo.