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Opinión

La nueva vieja cara del PAN, entre promesas y espejismos

¡Amigos y curiosos de la política! Hoy les traigo una historia que podría ser sacada de un libro de realismo mágico, pero que es tan real como la esquina más concurrida de la Ciudad de México. Hablamos del PAN, ese partido que alguna vez enarboló la bandera de la alternancia y la esperanza, y que hoy parece enredado en un laberinto donde los cambios son espejismos y los líderes se repiten como una vieja canción en un bucle interminable. Prepárense, porque esta es la última entrega de su saga: “El PAN entre la continuidad y la crisis”.

Todo comenzó en un día gris en la sede panista. Las paredes, que en otras épocas vibraban al ritmo de promesas de victoria, ahora estaban cubiertas de una melancolía que ni los nuevos letreros de “Renovación y Esperanza” podían disimular. El reloj en la pared, con sus manecillas pesadas y su tic-tac arrastrado, parecía recordarles a todos que el tiempo de la renovación ya se había convertido en un cuento viejo.

Marko Cortés, el hombre que condujo al PAN a sus peores caídas electorales en las últimas décadas, estaba listo para dejar su trono. Un adiós que muchos esperaban con ansias, como si fuera la apertura de una ventana en un cuarto cerrado y sofocante. Pero cuando el nombre de Jorge Romero Herrera se anunció como el nuevo líder, una ola de suspiros y cejas levantadas recorrió la sala. Romero, diputado con licencia y astuto jugador político, era la apuesta de los mismos grupos que en su día respaldaron a Cortés. La misma baraja, nuevas vueltas, pero con las cartas marcadas de siempre.

Romero no es un desconocido; es un veterano de mil batallas internas y externas, con la sonrisa confiada del que sabe que juega con las reglas y las trampas. Su llegada, sin embargo, parecía no traer las promesas de un nuevo amanecer, sino las de un atardecer prolongado. Un líder que, aunque hábil, se mueve entre los ecos de los mismos discursos y estrategias que ya no prenden ni la más pequeña chispa entre los ciudadanos.

Los militantes de base, esos que aún sueñan con un PAN renovado y cercano a sus raíces, veían con resignación cómo la oportunidad de una reinvención se escapaba por la rendija de las mismas alianzas. La frase “Renovarse o morir” resonaba con un eco más sombrío que nunca. Y es que, en un país donde el cambio es el pan de cada día y la competencia política se ha vuelto un juego de tronos con más jugadores que nunca, aferrarse al pasado es casi un canto de sirena que arrastra al fondo del océano.

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Pero el problema no es solo la dirigencia. El PAN lleva años atrapado en una paradoja: ser el principal partido de oposición en un país que ha cambiado de piel, pero sin cambiar la suya. Sus propuestas se perciben cada vez más ajenas, sus discursos más anclados en un pasado que ya nadie vive y sus líderes, figuras que no logran conectar con las nuevas generaciones. Los jóvenes, que buscan propuestas frescas y visión, ven al PAN como un club de caballeros nostálgicos de épocas doradas que ya no convencen.

¿Y qué decir del resto de la clase política? Observan este nuevo (o más bien, reciclado) liderazgo con una mezcla de interés y lástima. Mientras Morena sigue capitalizando la narrativa del cambio y el PRI juega a la reinvención camaleónica, el PAN parece una fotografía en sepia en el álbum de la historia actual.

Aun así, no se puede dar por perdido todo. Hay quienes dentro del partido creen que, con un golpe de timón, el PAN aún puede recuperar su brillo. Pero para eso, se necesitaría más que un cambio de nombres; se necesitaría un cambio de alma, de voz y de narrativa. La pregunta es si el nuevo liderazgo tiene el coraje para enfrentarse a esos retos, o si se contentará con vivir de los aplausos de los mismos de siempre, en la misma sala donde las paredes, con sus historias de promesas incumplidas, susurran sin descanso.

Y así, el PAN, en lugar de alzar el vuelo como el ave fénix que muchos esperaban, parece quedarse en el nido, esperando un viento que lo empuje. ¿Será este viento Jorge Romero Herrera? ¿O será la misma brisa que, al final, no mueve nada? Solo el tiempo, con su tic-tac implacable, lo dirá.

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