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Opinión

Inmigrantes, mentiras y chivos expiatorios

¡Hola a todos! En esta ocasión hablaremos de los “pequeños” y grandes conflictos que se han suscitado en Estados Unidos. En 1871, Los Ángeles era un pequeño pueblo de 6,000 habitantes, y cerca del 10% de la población de California eran inmigrantes chinos que, tras trabajar duramente en la construcción del primer ferrocarril transcontinental, comenzaron a ser injustamente señalados como una amenaza laboral. En lugar de reconocer su aporte, surgió un discurso de odio que culminó el 24 de octubre en una masacre: unas 500 personas atacaron brutalmente a la comunidad china, saqueando sus hogares y asesinando a entre 17 y 20 personas, en uno de los episodios más crueles de racismo en la historia de Estados Unidos.

Todo esto ocurrió sin redes sociales, sin un presidente que difundiera odio en tiempo real, sin algoritmos que amplificaran mensajes racistas. Y sin embargo, ocurrió. Ahora pensemos: si eso pasó en ese tiempo, ¿cuántas tragedias pueden pasar hoy, en plena era digital, cuando líderes como Donald Trump, Javier Milei o Santiago Abascal repiten discursos llenos de odio? Esas ideas se repiten en medios, redes y discursos oficiales. ¿Qué pasa con las mentes jóvenes que crecen escuchando esto? ¿Qué pasa con la sociedad entera cuando se normaliza discriminar?

Una encuesta del Pew Research Center reveló que el 54% de los republicanos cree que todos los inmigrantes indocumentados deben ser deportados. Entre los demócratas, solo el 10% está de acuerdo. Pero deportar a 11 millones de personas, como algunos sueñan, no es cualquier cosa. Significaría detener, encarcelar y subir a aviones a millones de seres humanos. Según cifras oficiales, Donald Trump logró deportar a unas 139 mil personas en 142 días. A ese ritmo, lograría apenas el 10% de su objetivo en un mandato completo. Para alcanzar la cifra total, tendría que multiplicar esa velocidad por diez. Eso implicaría 20 mil vuelos en aviones Boeing 747. ¿Y el costo? Un billón de dólares. Exactamente lo mismo que gasta el Pentágono en un año.

Pero más allá del costo económico, hay una pregunta fundamental: ¿quién haría el trabajo que los inmigrantes hacen? Ellos representan el 4.8% de la fuerza laboral, pero en sectores como la agricultura o la construcción, ese porcentaje es mucho mayor. Si desaparecen, ¿quién cultiva los alimentos?, ¿quién construye las casas?, ¿quién limpia los hogares de la clase alta?

Además, hay datos que rompen con el mito de que los inmigrantes traen delincuencia. Un estudio del American Immigration Council muestra que desde 1980 hasta 2022, el porcentaje de inmigrantes en la población estadounidense se duplicó, pero la tasa de criminalidad bajó más del 60%. En otras palabras, mientras hay más inmigrantes, hay menos delitos. Así de claro. Los inmigrantes, incluso los indocumentados, son menos propensos a cometer crímenes que los nacidos en Estados Unidos.

A pesar de esto, la narrativa dominante sigue siendo la del miedo. Se usa el término “extranjero criminal” para justificar acciones brutales. Por ejemplo, existe un programa llamado “First the Worst” (primero lo peor), que consiste en deportar a los “más peligrosos”. Pero, ¿quién decide quién es peligroso? Muchas veces basta con tener antecedentes mínimos, o incluso estar acusado sin pruebas, para ser deportado.

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También se ha usado una ley de 1798, creada para tiempos de guerra, para expulsar inmigrantes sin un juicio justo. Una ley tan antigua y extrema que solo se había utilizado durante las guerras mundiales. Y ahora, con el apoyo de una Corte Suprema dominada por jueces nombrados por Trump, se ha reactivado.

Un ejemplo de esto es la deportación de supuestos miembros del “Tren de Aragua”, una organización criminal. Más de dos mil personas han sido enviadas a El Salvador para ser encerradas en el centro de máxima seguridad de Nayib Bukele. Muchos sin juicio, sin pruebas, solo por haber sido señalados.

Frente a todo esto, hay quienes aún creen que los migrantes son más útiles en la sociedad que nocivos. Estados como California y Nueva York han decidido proteger a los inmigrantes indocumentados. Se les conoce como “ciudades santuario”. Esto significa que limitan la cooperación con las autoridades migratorias federales. No es que promuevan la ilegalidad, sino que buscan proteger los derechos humanos. Quieren evitar que las personas sean detenidas y deportadas sin motivo, solo por su estatus migratorio.

Lamentablemente, estas ciudades están bajo ataque constante por parte de políticos que quieren castigar cualquier forma de apoyo a los inmigrantes. Para ellos, encontrar un enemigo externo sirve para ocultar los verdaderos problemas del país. Es más fácil culpar a los que vienen de fuera que aceptar que hay desigualdad, corrupción o falta de oportunidades.

El uso de los inmigrantes como chivos expiatorios no es nuevo. Antes fueron los chinos, luego los irlandeses, después los italianos, los musulmanes, los mexicanos… Siempre hay un grupo al que culpar. Pero detrás de esos ataques no hay soluciones reales, solo mentiras repetidas.

Hoy más que nunca necesitamos pensar con claridad. No dejarnos llevar por el miedo o el odio. Los inmigrantes no son el problema. Al contrario, forman parte de la solución. Son trabajadores, soñadores, personas que buscan un futuro mejor. Y lo único que piden es respeto, justicia y una oportunidad. Es hora de escucharlos. Y, sobre todo, es hora de dejar de repetir la misma historia de odio una y otra vez.

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