Por Oscar Miguel Rivera Hernández
¡Hola a todos! Hoy quiero platicarles sobre un tema del nuevo aumento al salario mínimo. ¿Qué significa este cambio para la economía y la sociedad? ¿Qué tanto resuelve ese histórico rezago que las administraciones pasadas dejaron en el olvido? En este análisis, crítica o quizá una simple impresión personal, quiero destacar cómo este avance es un acto de justicia hacia la clase trabajadora, un logro que debemos reconocerle a la 4T y que, sin duda, nos afecta o beneficia a todos.
El anuncio de la presidenta Claudia Sheinbaum sobre un aumento del 12% al salario mínimo no es cualquier cosa. Por fin, un ajuste que hace sentido con la realidad que viven millones de mexicanos. Ahora, el salario mínimo diario será de $278.80 pesos, lo que equivale a $8,364 pesos al mes. Esto no es solo un número: representa una bocanada de aire fresco para casi 9 millones de trabajadores en el país, un 40% de los registrados en el IMSS.
Pero antes de aplaudir, vamos a analizar de dónde venimos. Si nos regresamos a los tiempos de Vicente Fox y Felipe Calderón, del PAN, lo que encontramos es desolador. En su época, el salario mínimo apenas creció… si es que creció. De hecho, en algunos momentos hasta disminuyó. Sí, leíste bien, ¡disminuyó!
Cuando Fox llegó al poder en el 2000, el salario mínimo era de $75.60 pesos diarios. Y cuando salió, seis años después, solo subió unos centavos, quedando en $76.84 pesos. Luego, Calderón tomó la estafeta, y al final de su gobierno en 2012, el salario era de $76.59 pesos diarios. O sea, no solo no hubo avances, ¡se regresó!
¿Y qué pasó con Peña Nieto? Bueno, algo hizo. Recibió el salario en $76.59 pesos y lo dejó en $88.36 pesos diarios. Claro, fue un avance, pero insuficiente para que las familias pudieran cubrir siquiera lo básico.
Fue hasta que llegó Andrés Manuel López Obrador que las cosas cambiaron de verdad. En 2018, cuando tomó el mando, el salario mínimo era de $88.36 pesos diarios, y para 2024, ya estamos hablando de $248.93 pesos diarios. Eso es un incremento del 282%.
No es magia ni caridad, es simple lógica: si las personas tienen más ingresos, pueden vivir mejor. Pueden pagar comida, renta, transporte y hasta darse algún gusto ocasional. Además, cuando hay dinero en los bolsillos, el consumo local crece. Los tienditas, mercados y negocios de barrio son los más beneficiados porque la gente tiene poder adquisitivo.
Hay algo interesante en el tema del salario mínimo: en México, tenemos dos zonas salariales. Por un lado, está la Zona Libre de la Frontera Norte (ZLFN), donde el costo de vida es más alto. En esta región, el salario mínimo para 2024 será de $419.88 pesos diarios.
Por otro lado, está el resto del país, donde el salario mínimo será de los mencionados $278.80 pesos diarios. Aunque esta diferencia refleja las realidades económicas de cada zona, también pone sobre la mesa la enorme desigualdad regional que existe en México.
Este incremento no solo tiene un impacto económico, sino también social. Si los trabajadores ganan más, es menos probable que dependan de programas de asistencia social. Y eso libera recursos públicos que pueden destinarse a cosas realmente importantes como salud, educación e infraestructura.
Además, un salario digno fomenta la formalización del empleo. Las personas preferirán trabajos formales si estos ofrecen mejores condiciones que el mercado informal. Esto significa más aportaciones al sistema de seguridad social, lo que beneficia a todos.
Otro punto importante es el impacto psicológico. Un salario justo puede motivar a los trabajadores a ser más productivos, más comprometidos y, en general, más satisfechos con su trabajo. Eso, a la larga, también beneficia a las empresas.
Claro, no todo es miel sobre hojuelas. Como siempre, algunos empresarios han levantado la mano para quejarse, diciendo que este aumento les afectará. Hablan de que sus costos de producción se dispararán y que podrían perder competitividad.
¿De verdad? La experiencia demuestra lo contrario. Cuando los trabajadores tienen más dinero, lo gastan, y ese dinero regresa al mercado. Es un ciclo que beneficia a todos. Así que, aunque algunos suban sus precios (porque sabemos que lo harán), los beneficios superan con creces los riesgos.
En el escenario internacional, México llevaba años rezagado en términos salariales. Estábamos a la cola de América Latina, compitiendo por ser el país donde más barato se podía contratar mano de obra.
Con este incremento, subimos algunos escalones. Ahora, México puede competir no solo por costos bajos, sino por la calidad de vida de su fuerza laboral. Y eso también es importante: un trabajador satisfecho y bien pagado es más productivo.
El aumento al salario mínimo anunciado por Claudia Sheinbaum marca un buen inicio para su administración. Sin embargo, no podemos conformarnos. Hay que asegurar que este incremento no se quede solo en el papel y que las empresas cumplan. Además, falta mucho por hacer para reducir la desigualdad, mejorar las condiciones laborales y fortalecer la seguridad social.
Subir el salario mínimo es un paso en la dirección correcta, pero no es el destino final. Necesitamos una estrategia integral que combine estos aumentos con políticas que generen empleo, fortalezcan el mercado interno y reduzcan la desigualdad entre regiones.
En pocas palabras, este incremento es una victoria, pero no debemos dormirnos en los laureles. Es hora de seguir empujando por un México más justo, donde el bienestar colectivo sea una realidad para todos.
Porque al final, un salario digno no es un lujo, es un derecho.