Por Gustavo González Godina
De los poco más de 100 millones de mexicanos enlistados en el Padrón Electoral del INE (en el 2024 éramos 98 millones), sólo 13 millones acudieron a las urnas el pasado domingo 1 de junio para votar por jueces, magistrados y ministros que nadie conocía. ¿Cómo votar por alguien que no conoce usted? Fácil, el gobierno federal les dijo por quién, a través de acordeones que repartió antes de la elección. ¿Quién designó, por lo tanto, a los jueces, magistrados y ministros?, el gobierno federal de la 4-T a través de sus propuestas, tómbolas y acordeones y de una elección amañada.
Ah, y de esos 13 millones que acudieron a las urnas (13 de cada 100 ciudadanos), 3.5 millones depositaron su voto en blanco, lo tacharon completamente, o lo tacharon y además escribieron “chingue a su madre AMLO”, o “chingue a su madre Noroña”, el que recibe más mentadas de madre que votos, según Alejandro Moreno, el presidente del PRI que todavía mueve una patita por lo menos en Veracruz y en Hidalgo. Así que en realidad emitieron su voto (copiando de su acordeón) 9.5 millones de mexicanos. Es decir, 90.5 de cada 100 mexicanos mandaron al carajo la Elección Judicial. En el Distrito 3 con cabecera en Tepatitlán la participación ciudadana en dicha elección fue de 4.5 por ciento, o sea que 95.5 de cada 100 ciudadanos se abstuvieron de ir a las urnas. Medio ciudadano de cada 10 acudió al llamado, no sé si a votar o a mentarles la madre a los que montaron el mamotreto.
Ah… y todo eso sin contar con que además de la imposibilidad de proponer a los mejores, de las tómbolas y los acordeones, no fueron los ciudadanos los que contaron los votos, y no se dieron a conocer los resultados de la elección la misma noche de la misma, los contó el gobierno a través del INE, rellenó boletas que sobraron en blanco (porque no se destruyeron en las casillas), y dijo días después “ganaron fulano y zutano y punto”. Regresa Benito Juárez a presidir la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Qué tal… Fue un cochinero de principio al fin. Y sabiendo que así sería, estuvieron los fanáticos promoviendo la participación en la Elección Judicial. Estúpidos…
Y aquí vamos a entrar al tema. Morena, es decir López Obrador controla ya los tres poderes de la Unión, el Ejército, la Marina, la Guardia Nacional, las policías, el organismo electoral, las elecciones, todo… Y ahora ¿quién podrá defendernos a los 90 millones y medio de mexicanos que no estamos de acuerdo con su gobierno de la 4-T?
Bueno, hay que decir que ni Morena ni López Obrador son Claudia Sheinbaum, aunque ésta se parece más a aquel cada día, no la podemos tachar aún de tirana, sí de populista, socialista, morenista, autoritaria, judía, hipócrita porque usó a la Virgen de Guadalupe y fue a visitar al Papa Francisco en su campaña, pero no encabeza aún lo que define el diccionario como una tiranía.
¿A qué viene esto? Bueno, a que en la columna anterior que titulamos La Guerra Sintética, mencionamos a la llamada Doctrina del Tiranicidio, por lo que algunos lectores nos preguntaron ¿qué es esto?
Del Centro de Filosofía, Política y Economía Ludwig von Mises -Centro Mises- tomamos lo siguiente:
El padre Juan de Mariana escribió en 1599 en su libro De rege et regis institutione (Sobre el Rey y la Institución Real)lo siguiente: “Especial importancia tiene el desarrollo de la doctrina sobre la legitimidad del tiranicidio”. Mariana califica de tiranos a figuras históricas como Alejandro Magno o Julio César, y argumenta que está justificado que cualquier ciudadano asesine al que tiranice a la sociedad civil, considerando actos de tiranía, entre otros, el establecer impuestos sin el consentimiento del pueblo, o impedir que se reúna un parlamento libremente elegido. Otras muestras típicas del actuar de un tirano son, para Mariana, la construcción de obras públicas faraónicas (¿le suena?) que, como las pirámides de Egipto, siempre se financian esclavizando y explotando a los súbditos, o la creación de policías secretas (o de la GN) para impedir que los ciudadanos se quejen y expresen libremente.”
Cualquiera de nosotros puede generar conmoción al exhortar a eliminar a un presidente, dirigente o dictador totalitario o criminal. La ley y la opinión pública pueden mostrarte como criminal por “incitar al magnicidio”. Pero magnicidio no es lo mismo que tiranicidio o asesinato de un gobernante convertido en tirano. El tiranicidio está basado en sólidos principios morales desarrollados durante el Siglo de Oro Español por los monjes escolásticos que enseñaban ética y teología en la Universidad de Salamanca. Los tiempos cambiaron, pero la moral es la misma.
El padre jesuita Juan de Mariana considera el tiranicidio como un derecho natural de las personas. Cualquier ciudadano –explicaba– puede con justicia asesinar a aquel rey que se convierta en tirano por imponer impuestos a los ciudadanos sin su consentimiento, expropiarles injustamente su propiedad (¿le suena?) o impedir que se reúna un parlamento democrático. Esta doctrina fue utilizada para justificar el asesinato de los reyes tiranos franceses Enrique III y Enrique IV.
No sorprende que el libro de Mariana fuera quemado en París por orden del gobierno. Los monarcas españoles tampoco estaban muy complacidos con la doctrina del tiranicidio, pero no prohibieron el libro porque estaba escrito en latín, lo que dificultaba la popularización de sus radicales ideas. El tirano que “sustrae la propiedad de los particulares y la saquea…” (¿le suena?), como lo describía Mariana, no era muy diferente a los dictadores y caudillos de hoy. Los tiranos –dice– intentan perjudicar y arruinar a todo el mundo (¿le suena?), pero dirigen sus ataques en especial contra los hombres ricos y justos.
El padre Mariana afirma que en ningún caso puede el gobernante considerarse propietario de los bienes de los ciudadanos. No puede por ende imponer impuestos a los ciudadanos sin el acuerdo de los mismos, ni puede crear monopolios estatales (¿le suena?), dado que los mismos no son sino entidades destinadas a imponer cargas tributarias. Tampoco puede devaluar la moneda (reduciendo el contenido de oro o plata de las mismas), lo que inevitablemente conduce al aumento de los precios (¿le suena?). El tirano –decía– es el que “todo lo atropella y todo lo tiene por suyo (¿le suena?)”, en cambio, el rey justo restringe su codicia dentro de la razón y la justicia.
En la misma tradición de los escolásticos, el filósofo inglés John Locke (1632-1704), en base al derecho natural desarrolló su teoría política sobre el origen de la legitimidad de los gobiernos, la propiedad y, sobre todo, el derecho de resistencia a una autoridad injusta, y en última instancia, el derecho a hacer una revolución. El criminal –dice– al violar la ley de la naturaleza, muestra que se guía por reglas diferentes a la razón y la equidad, que Dios estableció para regular la acción humana.
El racionalismo lockeano asegura que todo asesino es un peligro para la humanidad, por lo que cualquier ciudadano tiene el derecho a eliminarlo, como a bestias salvajes entre las que el hombre no puede vivir. “Quien derrama la sangre de un hombre está sujeto a que otro hombre derrame la suya”. Para evitar la violencia entre los hombres surge el gobierno civil. Pero el tirano, que intenta poner a los hombres bajo su poder absoluto, se pone en una situación de guerra con la sociedad. Esto hace que sea legal el tiranicidio o que un hombre mate al tirano.
Los tiranos no han cambiado en los últimos 400 años. Siguen pisoteando la libertad de los ciudadanos y la libre expresión por temor a que aquellos a quienes oprimen puedan intentar derrocarlos, como explicaba Mariana. Lo único que ha cambiado es que rara vez se considera al derecho natural como moralmente superior al poder del Estado. Eliminar a un tirano que exterminó y torturó a miles de personas, es considerado ilegal y políticamente incorrecto por los defensores de los derechos humanos de los déspotas.
No obstante, un gobernante –incluso electo democráticamente– que persigue, tortura y asesina a sus adversarios, sabe que está expuesto al tiranicidio. Pues, no cabe duda que, para los pueblos, es legítimo y moral destruir a los tiranos que los esclavizan, roban y matan, como ilustrara el jesuita Juan de Mariana.
Yo solo agregaría: Para que la presa viva, debe morir el depredador. Ojalá nunca tengamos que llegar a esto…