Por Gustavo González Godina
Escribo esto desde el quinto piso (de 13) del Centro Médico de Occidente, donde el IMSS me tiene confinado en una cama de hospital. Tengo una vista panorámica espectacular a través de un gran ventanal, de la mayor parte del oriente de Guadalajara. Veo desde aquí la torre del templo de San Juan Bosco, una colonia que recorrí cuando era joven, de ésta siguen las de Santa María, Talpita y Oblatos, donde viví siendo un adoscente. Jamás me imaginé cuando era un chamaco -que andaba de pandillero junto con Felipe de Jesús García Sandoval y toda la banda, peleando contra los pandilleros de otras colonias-, que algún día, ya viejo, estaría viendo esas colonias desde la cama de un hospital. Me trae muchos recuerdos y me emociona.
Pero le cuento cómo llegué hasta aquí: Hace unos tres meses empecé a tener problemas con mi sistema urinario, con el pizarrín pues. Quería ir al baño a cada rato y lo que es peor, si no me apuraba no alcanzaba a llegar y me ganaban las ganas, con las consecuencias que eso implica. Fui a ver a un urólogo de apellido Velázquez que solo me transó y me perdió los resultados de análisis de laboratorio y de un ultrasonido.
Frustrado y enojado fui a ver a un internista de apellido Chaparro y éste sí me atendió diligentemente y con esmero, me mandó con otro neurólogo, me recetó algo y disminuyó mi problema.
Me dijo el médico Chaparro que estaba muy crecida mi próstata y que era muy probable que necesitara una operación. Pregunté en Vida Scaner y me dijo, quien me hizo un nuevo ultrasonido, que él me cobraría 70 mil pesos, más los gastos del hospital, más la renta de una máquina que debía llevar de Guadalajara.
Le dije que le resolvería, pero me encontré al doctor Hugo Bravo, amigo de la familia, y le platiqué. “No, no, no -me dijo-, usted se va a operar en Zoquipan o en la Clínica 46 del IMSS, donde usted quiera, y no le va a costar nada”.
Empecé pues a hacer los trámites para cumplir con el protocolo preoperatorio en la Clínica 46 del IMSS. Encontré gente buena y amable, sobre todo entre los médicos especialistas y directivos de la clínica, muy señaladamente en la subdirectora Roselyn Menchaca, a quien agradezco desde aquí tantas atenciones que ha tenido para conmigo; y a otras no tanto, más bien amargaditas, éstas entre el personal administrativo como secretarias y asistentes, la burocracia pues, que está harta de atender diario a tantos derechohabientes. Las entiendo pero… para qué se alquilan.
Finalmente en la primera semana de marzo quedaron concluidos los trámites: me operaría el doctor Nafarrete, una eminencia en la urología. Dijeron que una trabajadora social me llamaría por teléfono para darme la fecha de la operación. Y yo… pues bueno, a esperar.
Pero algo no andaba bien. El viernes 14 por la mañana después de desayunar me empezó a doler el pecho cada vez más, hasta que me llevó mi esposa a la Clínica 21 del IMSS en Tepatitlán, donde me atendieron bien y rápido, me hicieron un electrocardiograma y me sacaron sangre dizque para ver cómo andaban las enzimas del corazón. Me diagnosticaron un riesgo cardiovascular moderado, no alto, no bajo, y me dijeron que no había problema.
Pero algo seguía mal… O peor, al día siguiente, sábado, también luego de desayunar, me llamaron de la 46 para darme la fecha de la operación, sería el jueves 20 de marzo… ¡Ándale pues!, me empezó a doler el pecho como el día anterior. Más, peor, se me extendía el dolor por todo el brazo izquierdo y empecé a sudar frío. Le pedí a mi esposa que me midiera la presión y la tenía en 169, la alta. ¡Vámonos pa’l hospital pues!
La burocracia… ¡ay, la burocracia! Me mandaron a una salita de espera en Urgencias, a donde me llamaría una doctora de las que estaban atendiendo al Primer Contacto. Me llamaría, algún día… Atendió primero a otra persona, después a otras dos, ¡y a mí que me lleve la chingada! retorciéndome del dolor… Me metí a la brava a su consultorio:
-Oiga doctora, me duele mucho el pecho…
-Usted no tiene nada ¡espérese!
-Pues a lo mejor no tengo nada, pero me duele mucho…
-No es el corazón, no se preocupe. Ayer vino y le hicimos un electro y estudios de laboratorio…
-Pues sí pero me duele…
-¡Oh pues! -garabateó algo en un papel y me mandó a donde atienden las enfermeras las emergencias.
Una de ellas me hizo rápidamente un electro y me dijo “aquí espéreme”, fue a mostrárselo a alguien y regresó corriendo con una silla de ruedas. “¡Súbase, siéntese! y ya no se mueva”, me dijo. Mmm -pensé yo- esto ya valió madre…
Y sí valió. “Le van a hacer -me dijo la enfermera que me conducía a toda prisa- un montón de preguntas y le van a aplicar otro montón de medicamentos, su problema es serio, pero no se preocupe”. Ah bueno.
Llegamos a la Sala de Choque y aquello era ya un pandemonium, como en las películas: inyéctenle esto, inyéctenle aquello, dénle a tomar tal cosa, que se tome tantos miligramos de esto, tantos de aquello, háblenle a fulano, llamen a zutano… Señor, tiene usted un infarto, lo vamos a mandar a Guadalajara en una ambulancia para que le hagan un cateterismo y le destapen una arteria que está bloqueada, esperamos que alcance a llegar… Ah bueno.
Ya en la autopista hechos la… ¡rápido! nomás veía yo que rebasábamos a los tráilers para tratar de identificar por dónde íbamos y cuánto faltaba. Oye -le pregunté al camillero- y después del cateterismo ¿me van a dar de alta? “Pues… si sobrevive sí”. Ah bueno… pues sí cabrón, si no sobrevivo me darán de baja.
Pues llegamos al Centro Médico de Occidente, me hicieron el cateterismo y todo bien. Me tuvieron cuatro días en Terapia Intensiva, gente amabilísima, enfermeras, camilleros y trabajadoras sociales, especialistas muy atentos. Me causó una gran emoción ver la enorme vocación de servicio que tienen, son todo solidaridad y empatía con sus semejantes. Todavía hay mucha gente buena.
Y aquí estamos, viendo la torre del templo de San Juan Bosco y recordando… Si me hubieran operado hoy (20 de marzo del 2025), quizás durante la operación hubiera hecho crisis el coágulo en mi arteria y adiós. Pero los tiempos de Dios son perfectos. “Diosito sabe por qué”: Ojitos Meza.